Una conocida, Mónica de los Siete Infiernos, me recordaba que era errado clasificar un final como feliz o dramático. Los finales no son más que el cierre, término o remate de algo, el que sean buenos o malos es una subjetividad, una atribución que tiene origen en el espectador o lector mismo. Sin embargo, lo ya dicho no obsta que se califique igualmente los finales, ya que esto puede ser parte de un recurso literario o de la interpretación de algún personaje o persona.
El grandioso y brillante Napoleón Bonaparte tenía su propia predilección respecto a este tema. El Emperador de los franceses solía asistir al teatro, que en aquella época presentaba en primer lugar los dramas o tragedias y, luego de su final, se hacía una comedia, como para levantar el ánimo y mitigar la triste o depresiva experiencia. No obstante, Napoleón se retiraba del teatro, sagradamente, antes de que tuviera lugar la comedia. No recuerdo bien la razón exacta que los biógrafos dan a este comportamiento del gran hombre, pero creo que se debe a que la obra era una y no dos, lo que la comedia hacía era viciar la hermosura de la verdadera función. Para un gran hombre, como Napoleón, era insultante y una vajeza mancillar una obra de arte, sólo por el caprichoso deseo del público de salir con una sonrisa pegada a la fuerza en su cara.
Personalmente, utilizo la clasificación de los finales como una guía, para determinar si el libro o película vale la pena ser leído o visto. En general, prefiero los finales llamados tristes, pues tienen lugar con mucha frecuencia en obras de gran profundidad y calidad. Por ejemplo, la película El Luchador, según mi amigo Gino el final era desilusionante, el protagonista no tenía claro lo que era más valioso en la vida, como su hija y la mujer que amaba, perdiendo a ambas al final. A mi parecer, el final era glorioso, ya que como el rudo luchador que era, el protagonista no se rindió ante los caprichos de tales personas amadas y, si bien, la relación con ellas se fue al carajo, el siguió con aquello que quería de su vida, su propósito.
Los finales felices, en contraste con lo anterior, suelen estar con demasiada frecuencia en obras ligeras y de escaso realismo o seriedad. Por ejemplo, la película ¡No Te Metas con Zohan! es una comedia delirante con una trama casi sin sentido y un final feliz surrealista. Aunque mucha gente me ha dicho que encontró la película horrenda, yo no comparto esa opinión. Para mi, esta película es ideal para pasar un momento agradable en el que no cabe una historia trágica.
Los finales son solo cierres, pero nuestra cultura y la forma en que definimos ciertos asuntos, como la felicidad, fuerzan a usar ciertos adjetivos junto con ellos. Ya les he descrito que uso estos adjetivos para determinar si gasto o no mi tiempo y dinero en alguna obra determinada en un momento determinado, ¿Cómo les afecta esto de los finales?
(Publicado primero en
bananerokafkiano.blogspot.com)